Crítica de Concrete and Gold, nuevo disco de Foo Fighters

NI CONCRETO NI DORADO

Crítica de Concrete and Gold, nuevo disco de Foo Fighters

Esto va con todo el cariño y el máximo respeto a uno de los pilares más sólidos del rock desde que existe internet: Dave Grohl es muy cansino. Es un pesado. Su espíritu hiperactivo puede acabar con la paciencia del mayor fan de Foo Fighters del planeta.

Este año se cumplen 20 de su mítico The Colour and the Shape, uno de esos álbumes de rock alternativo de antes de la llegada de internet. Uno de los últimos discos que se vendían o se grababan en cassette o en cd, pero que suponía, al menos, que alguien de tu círculo cercano se había dejado la pasta en el disco.

20 años después resulta que solo han pasado seis desde que lanzaran su obra maestra, Wasting Light, un álbum excelso que, por desgracia y tal y como nos temimos entonces, se muestra inalcanzable.

Tras aquel disco llegó el experimental Sonic Highways, poco más que la banda sonora de la serie documental dirigida por el propio Groh, y una avalancha de material audiovisual que a fin de cuentas era la pescadilla que se mordía la cola: Back and Forth, Sound City o la propia Sonic Highways.

Ah, también varias “amenazas cariñosas” de posibles disoluciones o hiatos que, en realidad, eran más bromas de un tipo que no puede estar quieto.

Ahora llega el turno del primer disco “real” de la banda desde el celebrado Wasting Light y, en efecto, es un ejemplo perfecto de lo increíblemente buenos y rematadamente aburridos que pueden llegar a ser sus Foo Fighters.

Concrete and Gold no necesita más que 11 temas y algo menos de 50 minutos para dejar claro que cuando aciertan son imparables y que cuando van con el piloto automático, inaguantables.

El trío inicial del disco funciona como un tiro, pero ya desde la intro, T-shirt, se intuye que aquí van a querer que todos los palos del rock tengan su hueco.

Run ya la conocíamos y era un pelotazo, y Make it Right es su simpático rockeo setentero con unos estupendos juegos de voces donde, por cierto, se puede escuchar ni más ni menos que a Justin Timberlake. Es a partir de la pretenciosamente solemne The Sky is a Neighborhood cuando el disco empieza a descarrilar. Su ambiente genérico y monótono quiere sacudirse de encima con La Dee Da, pero su ritmo a priori agresivo no va mucho más allá de un tema oscuro de los U2 de Pop. Dirty Water es su balada sesentas de volumen moderado. Tras la beatleiana Happy Ever After (Zero Hour) llega Paul McCartney a la batería de Sunday Rain. ¿Causalidad? No lo creo. El caso es que la canción no es más memorable que algún descafeinado descarte de los Oasis de Be Here Now.

El disco vuelve a reflotar cuando ya es demasiado tarde, y duele escuchar esas excelentes The Line y Concrete and Gold, que cierra un disco que debería haber tenido un poco más de sensatez y menos dispersión. Concrete and Gold tiene poco de Concrete y solo la mitad de Gold. A estas alturas de la película, demasiado poco para venir de donde viene. Eso sí, aquí esperamos a que Grohl siga haciendo lo que le dé la real gana. Faltaría más.

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