Crítica de The Disaster Artist, la obra maestra de James Franco

EL MAKING OF DE UNA AMISTAD

Crítica de The Disaster Artist, la obra maestra de James Franco

Hace veinte años que Tommy Wiseau y Greg Sestero cruzaron sus destinos en una de las miles de academias de actores que existen en Estados Unidos.

Poco después, y un par de pases de balón en el parque más tarde, Sestero y Wiseau se convirtieron en amigos inseparables y gestaron la mejor peor película de la historia del cine: The Room.

Esa amistad a prueba de malas críticas forjó una película para el recuerdo, un disparate sin pies ni cabeza que hay que ver una vez en la vida. Una vez como poco.

El caso es que hace unos años, Sestero publicó un excelente y tiernísimo relato de su amistad con el excéntrico desconocido Wiseau, un hombre al que no se le conoce pasado ni estado. A través de aquellas páginas asistíamos en primera fila al rodaje de The Room y conocíamos, siempre desde el punto de vista de uno de los responsables de la misma, algunos de los secretos de la película, como la procedencia de las cucharas de todos los marcos, las razones de una sustitución interpretativa y el valor de un anuncio en la autopista de Los Angeles.

Ahora, celebrando los veinte años de amistad entre estos dos apasionados del cine, James Franco, un tipo que lleva dirigiendo todo tipo de historias desde primeros de la década pasada aunque no lo supieras, logra su obra maestra como director recreando el periodo que abarca desde 1998 hasta 2003, desde el encuentro entre los dos protagonistas de The Room y el estreno de su proyecto. Todo ello gracias al mejor guión de 2017. Al menos en lo que se refiere a guiones adaptados.

Crítica de The Disaster Artist, la obra maestra de James Franco

Y es que The Disaster Artist, el libro, es un testimonio de viva voz, en primera persona, y el trabajo que han realizado los guionistas Michael H. Weber y Scott Neustadter sobre el texto de Sestero (ayudado por Tom Bissell), es absolutamente redondo.

Weber y Neustadter aparcan la ramplonería habitual de sus trabajos para adaptar de manera brillante ese tierno relato y lograr emocionar gracias a la dedicada puesta en escena a nivel actoral de los hermanos Franco..
El reparto consigue que nos olvidemos de los actores que los interpretan para empatizar con los personajes que reinventan para la ocasión. The Disaster Artist no es el “cómo se rodó la peor película de la historia”, es el making of de una amistad a prueba de reviews, un poema a la pasión  y a la tenacidad necesaria para cumplir los sueños y alcanzar las metas que nos proponemos en la vida, además de la confirmación de que hay un par de productores con muy buen ojo en la industria, y no son más que Seth Rogen y Evan Goldberg, dos de los responsables principales de la película de Franco, una película que existe gracias al culto generado por la cinta original, un culto que arrancó en el mundillo privado de la comedia americana y que no sería lo mismo sin nombres como Jonah Hill, Kristen Bell o Paul Rudd, auténticos fans de la película de Wiseau y en parte responsables también.

Uno de los grandes aciertos de la película es el tono y la intención siempre respetuosa, jamás por encima del hombro, respecto a Wiseau y su obra. Para disfrutar con The Disaster Artist no es necesario haber visto la película original, aunque algo ayudaría, de igual manera que no es necesario conocer la filmografía del director de Glenn or Glenda para gozar con Ed Wood, la obra maestra de Tim Burton, con la que The Disaster Artist tiene mucho en común, principalmente el amor hacia unos colegas de profesión que nunca lo tuvieron fácil.

Ahora es el momento de esperar a su estreno doméstico y rezar por que Franco y compañía hayan rodado entera su versión de The Room.

Con una cámara sería suficiente.

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