Crítica de Kingsman: El círculo de oro. La fiesta que no termina

QUE NO TERMINE NUNCA

Crítica de Kingsman: El círculo de oro. La fiesta que no termina

¿Cansado de aburridos espías de renombre que insisten en reflejar la amarga y esquiva vida del agente secreto? ¿Harto de ver como Daniel Craig pone cara de “es que me han dado muchísima pasta” en las últimas películas de James Bond? Enhorabuena: ha llegado Kingsman para devolvernos la fiesta, las ganas de vivir y volver a pisar una sala de cine.

Cuando hace tres años, a comienzos de 2014, la película de Matthew Vaughn llegó sin apenas hacer ruido y conquistó a público y gran parte de la crítica.

El enamoramiento con la increíble adaptación de la imposible serie de cómics de Mark Millar y Dave Gibbons no dejó, literalmente, títere con cabeza. Y lo hizo con muy malas pulgas, alta fidelidad al material original y muchas ganas de pasarlo bien.

Tres años más tarde, y sin más páginas que adaptar (acaba de publicarse el primer número de la nueva serie de 6 números), Matthew Vaughn y su mano derecha Jane Goldman recuperan a la agencia favorita del nuevo milenio… para destrozarla.

Imagina todas las peripecias llenas de desvergüenza de las mejores películas de Roger Moore como agente 007. Ahora imagina las peores. Ahora mételas en un cuenco, tamiza unos gramos de cocaína, añade una lata de redbull de medio litro, unas gotas de whisky americano y tienes Kingsman: El círculo de oro.

Crítica de Kingsman: El círculo de oro. La fiesta que no termina

Espera lo inesperado. Supera lo insuperable

 

Kingsman terminaba como una peli de Bond, como un cuento de hadas. Con una princesa entregada a su héroe. Puede que no de la forma más decorosa posible, pero sí de la que más nos gusta.

La fiebre salvaje de Kingsman 2 se ha visto atenuada en favor de ser un poco más parecida a la parodia pura y dura, algo que se intuía ya en la primera parte, pero que aquí alcanza por momentos niveles solo permitidos en obras del calibre de Austin Powers.

El peso de la parodia y el humor más cafre se da de bruces con el cariño y el respeto por unos personajes que llegan a emocionar en las situaciones más insospechadas. Así sucede en la primera secuencia del coleccionista de mariposas, cuando asistimos a la inocencia en su máxima expresión, casi una condena, que no volverá en sí hasta que se utilice de nuevo, como ya sucedía en la primera parte, la poderosa fuerza de un compañero fiel.

En un momento de terminado de la película, el mismo personaje repite un truco que le hizo popular hace tres años, pero las nuevas condiciones le impiden repetir el éxito, y eso es todo una declaración de intenciones de una película que, en teoría, ha perdido la capacidad de sorprender.

Pero no hagas caso, la fiesta es sorprendentemente carismática e idiota.

Empezando por el nuevo villano. El personaje de Poppy, reina del mundo de la droga pero condenada a vivir en medio de ninguna parte es, partiendo de su plan, un auténtico desfase. Es posible que esté relegada a un segundo plano en comparación con el Valentine de la primera, pero tiene suficiente mala leche y un rehén de relumbrón que, además, se encarga de robar varias escenas de la película.

Crítica de Kingsman: El círculo de oro. La fiesta que no termina

Dulce y salgrienta

 

El valor de la amistad, de la familia y el honor de una agencia forjada en sangre son los pilares sobre los que se sustenta la secuela de Kingsman, pero siempre, que no se olvide nadie, desde el desenfado.

Eso queda demostrado en la secuencia aérea de la nieve (no mencionábamos a Roger Moore en vano, claro), que empieza como una huída habitual para terminar convertida en un sketch de Saturday Night Live.

Las nuevas incorporaciones disfrutan tanto o más que los que están aquí repitiendo viaje: Jeff Bridges en su despacho, Chaning Tatum aprovechando la mínima oportunidad para echarse un baile o Pedro Pascal para marcarse un gallito y dalre cera al lazo dejan claro que aquí han venido a divertirse, no como en El Hormiguero.

Kingsman mantiene la premisa de que una secuela debe ser más grande en todos los sentidos, y la cumple a rajatabla desde la duración: 141 minutos pueden ser demasiados, pero qué importa eso cuando estás en una película que lo mismo se pone sexy que te licua un cerebro por la nariz.

Ojalá funcione en taquilla, nos encantaría saber hasta dónde son capaces de llevar el delirio.

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