20 años de la muerte de un grande, Tino Casal



Con el paso del tiempo, Tino Casal ha pasado de ser el tipo al que nadie quería pinchar en las discotecas a un mito de la música española. Es lo que tienen las muertes repentinas, supongo. Aun así, nadie le discute el puesto de icono de la movida, no sólo por su estética rompedora, sino por sus ganas de renovar un país atascado intentando insuflarle un poco de glam rock, aprendido en su estancia en Londres.

Luego, a finales de los ochenta, el que se atascó fue él, incapaz de avanzar de década, recién salido de una enfermedad y una relación, y dejó plasmada su crisis en 'Histeria' (1990), al más puro estilo de la trilogía berlinesa de Bowie. Por desgracia, murió antes de poder salir del atolladero, y ya nunca sabremos que habría sido de la carrera musical de Tino, aunque en sus últimos años se interesara más por sus otras pasiones: la pintura y la escultura.

Mecenas de Almodóvar (financió 'Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón' y 'Laberinto de pasiones', en la que Imanol Arias luce su chaqueta), el asturiano grabó en los Estudios Abbey Road su gran álbum, 'Lágrimas de cocodrilo' (1987), junto al ingeniero de sonido de Alan Parsons Project, Andrew Powell, demostrando que estaba al tanto de las vanguardias.

Sea como fuere, qué bien le vino a este país Tino Casal en su momento, y qué bien le vendría ahora, en una época en la que todos se copian a todos y en la que nadie se atreve a romper la comodidad de copiar estilos del pasado. Descansa allá donde estés, grande.

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